
Después de la Cumbre del Milenio, el sentimiento ha sido una mezcla de sabor agridulce entre el fracaso y la esperanza. Para resolver uno de los retos más ambiciosos de la humanidad – erradicar la pobreza de nuestro mundo – hay que fomentar alianzas creando un marco de trabajo conjunto. Hay que pasar de las promesas a la acción.
Revista El Ideal 01/07/2005
Por Casado Cañeque, Fernando
Después de la esperada Cumbre del Milenio, el sentimiento ha sido una mezcla de sabor agridulce entre el fracaso y la esperanza. El discurso de Kofi Annan sintetizó la reacción general: mostró su decepción por no haber logrado los cambios propuestos y pidió sinceridad a los gobernantes para aceptar que la reforma no había tenido el apoyo necesario.
Había muchas expectativas y no era para menos. La cumbre proponía la reforma del Consejo de Seguridad, mejorar los acuerdos colectivos en materia de seguridad, crear un marco para promover y garantizar la defensa de los derechos humanos y fortalecer el sistema de Naciones Unidas. También proponía revisar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio y acelerar los esfuerzos internacionales para erradicar la pobreza del mundo.
Y hubo avances significativos. A la hora de promover los derechos humanos, seha decidido doblar los fondos de la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos. También, por primera vez en la historia, Naciones Unidas ha aceptado el concepto de responsabilidad compartida en situaciones de conflicto, especificando que los países son responsables de proteger a sus ciudadanos en situaciones de genocidio, limpieza étnica o guerras internas, y en el caso de mostrarse incapaces de hacerlo, la comunidad internacional es responsable.
Sin embargo, la ambiciosa reforma del Consejo de Seguridad ha quedado en papel mojado y no se ha logrado un acuerdo sobre la no proliferación nuclear y el desarme. Otro fracaso ha sido la incapacidad de priorizar la erradicación de la pobreza en el mundo. La declaración de Naciones Unidas vuelve a enfatizar el compromiso realizado hace 33 años de ofrecer el 0,7% del PIB para el desarrollo, pero no obliga al mismo. El mayor fracaso, no obstante, es en materia de acuerdos comerciales. El texto no profundiza en la necesidad de crear leyes comerciales para erradicar la pobreza ni menciona los subsidios comerciales que impiden el crecimiento económico de los países en vías de desarrollo.
Todos los estudios apuntan a que es posible erradicar la pobreza del mundo, pero señalan que hace falta un cambio radical en la voluntad política. La declaración no refleja la urgencia de este cambio, y tal y como define la Alianza Global Contra la Pobreza, hace falta más acción con resultados y menos declaraciones con promesas.
Nos hallamos en una encrucijada entre palabras, promesas y necesidad de acción, y sólo nos quedan diez años. Es esencial identificar qué actores pueden liderar el proceso y convertirse en aceleradores del desarrollo. Al margen de los países, será imprescindible involucrar más a gobiernos locales para hacer que los objetivos sean un compromiso local, a la sociedad civil para evaluar las estrategias nacionales…
Ningún actor social podrá lograr los objetivos por sí solo, y por lo tanto es imprescindible fomentar alianzas que permitan acelerar el proceso, entre países ricos y pobres, entre gobiernos y sociedad civil, entre organismos internacionales y ciudades… Alianzas que creen un marco de trabajo conjunto y permitan resolver uno de los retos más ambiciosos de la humanidad: erradicar la pobreza de nuestro mundo. Todo ello es posible, pero será necesario pasar de las promesas a la acción.