La nueva desigualdad: historias de pandemia
Jérémy Stenuit/ Unsplash

Miles de millones de personas ya vivían al borde de sus limites, en situaciones de pobreza rozando los niveles de dignidad humana, cuando, de repente, llegó la pandemia. Claramente, el confinamiento ha afectado a todos, pero se ha cebado de manera especial con los más vulnerables: con las familias que subsistían por mantener un techo sobre sus cabezas; con las que vivían en asentamientos informales; con las que trabajan en un contexto de economía informal.

El informe de Oxfam “El virus de la desigualdad” ha señalado que el COVID-19 ha aumentado la desigualdad económica en casi todos los países a la vez. Es la primera vez que esto sucede desde que comenzaron los registros de datos en este renglón hace más de un siglo. El reporte denuncia cómo la situación actual está generando una élite súper rica que amasa riqueza en medio de la peor recesión desde la Gran Depresión, mientras miles de millones de personas luchan ante la peor crisis laboral en más de 90 años. Asimismo, advierte de que, a menos que se aborde la creciente desigualdad, 500 millones de personas se sumarían en 2030 a las que ya están viviendo en una situación de pobreza hoy, con menos de €4,5 al día.

La desigualdad siempre ha sido el gran problema por resolver para los que nos hemos dedicado al desarrollo. Se han conseguido grandes logros, sí. Se han superado grandes retos sobre el acceso a oportunidades y bienestar humano, también. El crecimiento de la clase media y su aumento de nivel de vida ha superado todos los pronósticos y expectativas de generación de riqueza y libertad humana, desde luego. Pero ninguna de estas afirmaciones logra asegurar el lema de “no dejar nadie atrás”; de hecho, el gran talón de Aquiles del sector de la cooperación ha sido siempre el fracaso sistemático en su objetivo de mejorar las oportunidades para los más vulnerables. La desigualdad entre los que más acumulan y los que menos tienen no deja de aumentar.  

Un estudio reciente de Max Roser señalaba algunos de los principales logros y retrocesos combatiendo la desigualdad en el mundo. El estudio destaca el ejemplo de Estados Unidos, que ha logrado un progreso muy sustancial en los resultados de salud durante los últimos 140 años: solamente en 1880, la esperanza de vida de los estadounidenses era de 39 años; desde entonces, se ha duplicado.

Pero esta tendencia extremadamente positiva ha llegado a su fin. Si bien la esperanza de vida de las personas en todo el mundo siguió aumentando, entre los estadounidenses este factor ha disminuido desde 2014. Con la pandemia de 2020, que ya causó más de medio millón de muertes en Estados Unidos (uno de cada cinco muertos por el virus es estadounidense) la disminución de la esperanza de vida seguirá aumentando.

La disminución de la esperanza de vida en Estados Unidos seguirá disminuyendo como consecuencia de la pandemia del COVID-19. Foto: Mat Napo en Unsplash

Complementando este análisis, tal y como puso en evidencia un estudio del Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, la reducción de esperanza de vida está estrechamente ligada con los ingresos generados por las familias. Según la investigación liderada por el economista Raj Chetty, la diferencia entre el 1% más pobre y el 1% más rico en los Estados Unidos es de unos alarmantes 14,6 años. Desgraciadamente, se estima que esta diferencia de ingresos y su impacto en la esperanza de vida aumente como resultado de la pandemia.

Otro impacto drástico de la pandemia que está generando mayor desigualdad se refiere al mercado del trabajo. El informe COVID-19 y el mundo del trabajo: el impacto de una pandemia afirma que los trabajadores con bajos ingresos y poca cualificación son los más afectados por la pandemia. Tan solo en los primeros nueve meses de pandemia se perdieron nueve millones de empleos. Como era de esperar, los jóvenes y las familias dependientes de la economía informal protagonizan esta categoría. El teletrabajo no funciona ni para los pobres, ni para los jóvenes de bajos ingresos, ni para las familias que trabajan en sectores informales.

Al parecer, hasta las instituciones tradicionalmente más neoliberales, como el Fondo Monetario Internacional, han acabado reconociendo la importancia de la igualdad para promover el buen desempeño económico (incluido el crecimiento y la estabilidad). El premio nobel de economía Joseph Stiglitz ha realizado un llamamiento para no volver a la normalidad anterior y propone una reescritura integral de las reglas de la economía. Afirma que, durante el reinado del neoliberalismo, no se prestó suficiente atención a cómo políticas como la liberalización del mercado de capitales y financieros llevaron a una mayor inseguridad individual, así como a una mayor incertidumbre macroeconómica.

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La liberalización del mercado de capitales y financieros han llevado a una inseguridad individual que se acentúa con la crisis. Foto: Macau foto en Unsplash

Aun así, hay espacio para la esperanza. Si la pandemia ha acentuado la desigualdad, también ha desmitificado ciertos dogmas del pensamiento económico convencional. Esta crisis triangular (económica, sanitaria y social) ha dejado en evidencia las limitaciones de la ortodoxia económica y sus modelos, demostrando lo esencial que son las instituciones públicas a la hora de garantizar los servicios básicos para toda la ciudadanía. También ha permitido destacar cuáles son los empleos que generan más valor en época de crisis: los sanitarios, la logística, el comercio y el transporte; y que, en definitiva, pensar en el beneficio común es la manera más eficiente de lograr la seguridad y el bienestar individual. 

Fernando Casado
Fernando Casado
Fernando es el fundador y director de CAD. Es doctor en economía y periodista especializado en desarrollo global. @Fernando_Casado