
¿Por qué creer en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) si venimos escuchando hablar de objetivos similares para reducir la pobreza desde hace tiempo y nada ha cambiado? Con esta pregunta me recibe un estudiante en una clase sobre RSE y negocios inclusivos.
¿Qué responderle si de hecho su pregunta refleja el sinsabor de muchos ciudadanos a nivel mundial quienes notan que, tras 15 años de contar con una agenda de desarrollo mundial que buscaba, entre otros, acabar con la pobreza extrema y el hambre, todavía más de 800 millones de personas carecen de acceso adecuado a la alimentación y cerca de 1000 millones viven con menos de USD$1.25/día? Sin mencionar que la concentración de la riqueza es alarmante, pues estamos cercanos a que el 1% de la población mundial tenga una riqueza mayor a la del 99% restante. Entonces, ¿para qué 17 objetivos y para qué insistir en metas globales de reducción de la pobreza, si la realidad muestra que bajo esa estrategia no hemos avanzado?
Como docente estoy compromitida con la transparencia y objetividad, intentando mostar “ambas caras de la moneda” dando al estudiante herramientas para formar su propio criterio. Pero, mi convicción en los negocios inclusivos y mi optimismo por la capacidad de nuestra sociedad –particularmente los jóvenes- para mejorar las cosas y alcanzar el desarrollo sostenible, buscan ser la huella que quede en ellos.
Por tanto, empecé argumentando que, en efecto, varios críticos coincidían con su visión encontrando múltiples falencias en los ODS. Una de las más mencionadas es la falta de un sistema de gobernanza internacional efectivo que permita la interacción de todos los actores del desarrollo, y que posibilite llevar a la práctica lo planteado. La complejidad derivada de los objetivos resulta una barrera en sí misma, dada la cantidad de metas establecidas (169). Pudiendo obstaculizar no sólo la implementación, sino también su monitoreo y medición, dificultando la tarea sobre todo para países pequeños y menos desarrollados quienes podrán experimentar tropiezos para disponer de los recursos técnicos, humanos y financieros necesarios.
En contraposición, como humanidad tenemos la ventaja que hoy no estamos como hace 15 años y tenemos una base sólida de lecciones aprendidas en el proceso de los ODM, a partir de la cual –se espera- nuestros gobernantes y tomadores de decisión generarán planes, programas y actividades más acertadas para encaminar sus sociedades hacia el logro de un mejor desarrollo, con sostenibilidad e inclusión.
¿Cuáles son estas lecciones? Entre otras, hemos aprendido que la pobreza es una condición multidimensional cuyas causas centrales trascienden la mera carencia de recursos financieros. Que, por ende, las soluciones para superar la pobreza deberán entender el desarrollo de manera holística y generar respuestas que junto a mejores ingresos, atiendan también aspectos como el acceso a vivienda digna, saneamiento, alimentación y educación. Que el sector privado puede –y debe- ser un generador activo de alternativas sostenibles para un desarrollo sano. Que el cambio climático y la pobreza son retos mundiales que deberán afrontarse de manera conjunta y coordinada dadas sus múltiples interrelaciones. Y que un desarrollo sostenible no es posible si como humanidad no afrontamos decididamente la inequidad en la distribución de la riqueza.
Nutriéndose de estos aprendizajes, los empresarios han encaminado sus esfuerzos hacia los negocios inclusivos, los cuales, desde mi perspectiva, pueden ser un gran aporte del sector privado para apoyar el logro de los ODS a 2030. Los negocios inclusivos son esquemas empresariales que, bajo una lógica de mutuo beneficio, buscan incorporar la población vulnerable en cadenas de valor empresariales, como consumidores, proveedores, distribuidores o socios empresariales. Así, generan soluciones que benefician a empresa y comunidad. Con la ventaja de involucrar a los empresarios con la pobreza, no desde la filantropía, sino desde su saber-hacer empresarial.
El principal reto para los negocios inclusivos es lograr mejorar la calidad de vida de los miles de millones de personas en condición de pobreza, pero de una manera ambientalmente sostenible, pues, como aprendimos, cambio climático y pobreza van de la mano. Los niveles de consumo por la población vulnerable no podrán aumentarse como en los países industrializados. Los negocios inclusivos deberán necesariamente acompañarse de un alto grado de innovación con, por ejemplo, eco-eficiencia, tecnologías limpias y procesos de ciclo cerrado.
¿Qué requerimos entonces para generar espacio para los negocios inclusivos en la nueva agenda de desarrollo? Ante todo, necesitamos gobiernos comprometidos con disminuir la inequidad en la distribución de la riqueza, sin esto ningún esfuerzo por la sostenibilidad será plenamente exitoso. También, cooperantes internacionales que repiensen el papel de la ayuda oficial al desarrollo ofreciendo programas menos asistencialistas y más catalíticos y estratégicos, incluyendo por ejemplo esquemas puntuales de apoyo a negocios inclusivos con la BdP (Ha ocurrido gradualmente entre algunos cooperantes, pero aún puede fortalecerse). Actores del desarrollo consientes de la necesidad de trabajar en equipo y colaborar para generar mejores y mayores impactos. Fomentar alianzas para el desarrollo coordinando esfuerzos de actores públicos, privados y multilaterales. Y por último, empresas que dejen de lado la visión filantrópica de la responsabilidad social y adopten la sostenibilidad como su estrategia empresarial, incorporando los negocios inclusivos como una alternativa para apoyar la superación de la pobreza y mejorar la calidad de vida, no por caridad o por “hacer bien a la sociedad“, sino por una gestión empresarial sostenible.
Por María Pineda