¿Podemos acabar con la explotación infantil?

El trabajo infantil es una consecuencia directa de la extrema pobreza y, por tanto, exige soluciones creativas que integren la situación económica de la familia, el tipo de empleo actual y las necesidades educativas.

EXISTEN MUCHOS NIÑOS que nunca llegan a serlo. Niños adultos que entran en el mercado laboral a edades tan tempranas como la de seis años. Son el gremio laboral más explotado, el peor pagado. Los niños no conocen sus derechos, por tanto, no los pueden exigir. Obedecen rápido, es fácil imponerles órdenes, no se sindicalizan ni exigen aumentos de sueldo.

La explotación infantil roba a los niños su infancia y su dignidad. Ha existido siempre, en todas las culturas y en todos los países, aunque actualmente predomina en países en vías de desarrollo y en comunidades de inmigrantes de países desarrollados. En muchos casos, les separa de su familia y les impide acudir a la escuela primaria. Los niños que trabajan tienen mucha probabilidad de permanecer analfabetos de por vida y nunca adquirir los conocimientos técnicos ni la formación adecuada para entrar en el mercado laboral formal. Son niños que crecen al margen del sistema, y están destinados a permanecer toda su vida subsistiendo en la precariedad.

La OIT estima que actualmente existen 318 millones de niños en el mercado laboral, de los cuales 73 millones son menores de diez años. Casi la mitad está en la región de Asia y el Pacífico (127 millones), aunque en África, uno de cada tres menores de 14 años trabaja de manera formal o informal. La mayoría de niños que trabaja se dedica a la agricultura, la pesca o la ganadería (un 70%). El sector manufacturero, donde se han centrado las principales críticas en contra de la generación de empleo infantil, sólo emplea al 8% de los niños que trabajan. El resto trabaja en restauración y servicios (8%), o como asistentes y sirvientes en casas (7%). Se estima que 22.000 niños mueren cada año a causa de accidentes laborales.

Sin embargo, es importante diferenciar entre la explotación infantil que requiere ser abolida, y el trabajo infantil tolerado según la realidad nacional y el contexto. Según la convención 138 de la OIT de 1973, en algunos casos es permisible el trabajo ligero infantil a partir de los 12 años, siempre que no afecte de manera negativa a la salud y el desarrollo del niño, ni interfiera con su educación.

Varias experiencias han demostrado que la abolición inmediata del trabajo infantil puede conllevar a la prostitución infantil o a otros tipos de explotación ilegal, y en casos en que los niños son fuente de ingresos vitales para sus familias, su retiro del mercado laboral puede empeorar su situación. Por lo general, el trabajo infantil es una causa directa de la extrema pobreza, enraizada en la precariedad de las familias del menor, y, por tanto, exige soluciones creativas que integren la situación económica de la familia, el tipo de empleo actual y las necesidades educativas para que los menores puedan progresar en la sociedad.

A pesar de lo trágico de la situación, hay campo para la esperanza. De hecho, el porcentaje de niños trabajando de forma ilegal bajó un 11% en los últimos 4 años, y los niños trabajando en zonas peligrosas se ha reducido un 26%. El mayor descenso fue para niños entre 5 y 14 años trabajando en zonas peligrosas (disminuyó en un 33%). Por tanto, se puede apreciar que se está generando un descenso considerable en el trabajo infantil, y las disminuciones son más notorias en los sectores más dañinos y donde los niños son más vulnerables. A nivel geográfico, la región más exitosa ha sido Latinoamérica, donde en los últimos cuatro años se ha reducido el trabajo infantil en un 66%, liberando a 12 millones de niños de dicha carga, y contando actualmente con sólo un 5% de niños trabajadores en la región.

Todos deberíamos estar preguntándonos cómo se logran estos objetivos.

Revista Profesiones, Año XII Nº 101, p. 36 01/05/2006

Por Fernando Casado Cañeque

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